lunes, 3 de enero de 2011

LA HISTORIA DE MI FRIKES. Parte I

Es una larga historia y no quiero dejarles leer unas quince páginas seguidas con fondo rosita, además se ve feo, así que lo dividiré

Comenzaré con mi suposición de que mi anormalidad se origina desde mi gestación.


Y es que todos esperaban ansiosos que saliera del útero de mi madre un niño.

Sí, nunca hemos sido muy acomodados económicamente y los ultrasonidos estaban fuera del alcance, así que todas esas ondas de “por lo que comes” o “por como se te ve la panza” o “por como se te ven las manos" o “si el hilito cuelga para allá es niño y para el otro lado es niña” indicaban que yo era un niño.

Todos me llamaban “niño”, “sobrino”, “primo” así que el día en que nací, un montón de familiares abarrotaron el sanatorio y recibieron la sorpresa de una niña.

Charáaaan.

Creo que en ese proceso se me cruzaron algunos cables, como por ejemplo mi mediana inclinación musical. Mi mamá y mi tía Evita (su hermana) no tienen ni una pizca, y sus hermanos son músicos de oído… yo no puedo sacar de oído una canción en piano, pero tampoco confundo a Savage Garden con los Backstreet Boys (mi mamá sí).

O que todas las niñas veían telenovelas y querían ser La Pícara Soñadora mientras yo quería ser Leonardo de Las Tortugas Ninja.

Tenía dejos de normalidad, por supuesto: bailaba en la andadera con canciones de Luis Miguel y tarareaba canciones de JuanGa.


La cosa se complicó cuando empecé a tener individualidad, y comenzó mi inclinación hacia las voces masculinas.

Mamá suele citar la anécdota de que a los tres años yo decía que quería casarme con Sergio Dalma. Lo que nunca pude hacerle entender era que a esa tierna edad no me interesaba la foto en la portada del LP, mi única motivación por la que quería desposarlo era para que me cantara todos los días en vivo y solamente a mi “Esa Chica Es Mía”. Hasta hace unos años ni siquiera recordaba la portada del LP (gracias, Internet), pero recuerdo más que claramente su voz en dicha canción.

Entré a la escuela mas o menos dos meses antes de cumplir los cuatro años. Como mi cumpleaños es en Septiembre convencieron a la escuela de inscribirme aún teniendo tres en lugar de esperar casi todo un año.

Intenté encajar, pero no fue nada sencillo. Para empezar era una niña de interiores: mis padres trabajaban y me cuidaba mi abuela, así que estaba encerrada en casa. Por lo tanto en los juegos tradicionales como atrapadas y escondidas siempre perdía, siempre la más lenta, más débil y menos ágil.

Además de que mis intereses eran un tanto diferentes.

“Niña de interiores con intereses diferentes” sí, creo que de haber tenido una tarjeta de presentación en mi infancia eso hubiera dicho.

Mis padres, aunque ausentes por trabajo, nunca lo estuvieron en influencia.

En cuanto tuve uso de razón, mi papá me enseñó a que todo lo que recibía de la televisión, de las películas, de los cuentos, de los comics y etcétera debía ser pasado por LA pregunta: ¿Qué hubieras hecho tu?”.

Aprendí a hacer cada mundo nuevo como mío, a vivir una nueva vida en cada uno de esos mundos, y si al cerrar un cuento o un comic, terminar un programa o una película, si no me hizo encontrar la manera de hacerme ver parte de ese mundo, ni siquiera como “persona que pasaba caminando”, aún ahora sigue siendo una pérdida de tiempo.

En casa había juguetes (siempre me han gustado los que tienen mil accesorios, como ya lo comenté hace un tiempo), comics, películas, libros de cuentos (de hecho durante casi un año agarré la manía de leer periódicamente “La Reina de las Nieves” aun cuando me tomaba horas), discos y cassetes de música verdaderamente infantil y audi-cuentos, hojas para dibujar, lápices, colores, plastilina, y algunas Barbies a las que rara vez les hacía caso.

La única vez que me recuerdo jugando Barbies fue con mi papá, no se de donde sacó retazos de tela y estuvimos haciéndoles “vestidos” fue genial…

La casa de mi tía Evita era el paraíso. Una pared llena de mis películas básicas en versión beta (algunas no las he vuelto a ver jamás), un montón de libros de cuentos, un montón de juguetes, una gigantesca colección de plumas (para escribir), historietas como Asterix, Peanuts, antologías de Quino, televisión por cable y una cocina grandota con un horno funcional donde hacíamos pasteles y galletas. Ya mayor descubrí sus novelas.

Al contrario, llegar a casa de mi abuela paterna (como en cada periodo vacacional) sin que mis primos estuvieran ahí era un verdadero reto a mi inventiva. El canal sintonizado casi todo el día era el Once y las noticias en la noche, no tenía problema en ver toda la barra infantil del Once (era buenérrima) junto a mi tío César (quien tiene retraso mental, un eterno niño de dos años… por él no tengo problemas de adaptarme a personas con capacidades así de diferentes), y lo único impreso que no era cristiano era una colección de cuatro libros de cuentos sobre animales, aun sabiéndomelos de memoria los repasaba una y otra vez: las ilustraciones eran bellísimas. Años después no se como apareció una colección de mitología griega aligerada y no hubo manera de que la soltara.

Cuando por fin llegaban mis primos jugábamos los tres felizmente: mi prima Eunice era la doncella en apuros, yo el caballero que la salvaba y mi primo Abraham el malo. Fuimos particularmente felices los años en que el domicilio de mi abuela incluía un jardín grandotote con pasto y árboles, uno de granadas (mi fruta favorita) y un arbolito de duraznos en el que decidí que mi color favorito era el morado.

Lo decidí uno de esos días en que estaba sola, contemplando el cielo y los árboles en ese jardín, cansada de estar persiguiendo bichitos. De un momento a otro se paró en el arbolito de duraznos una mariposa enorme, con las alas de un inmaculado morado y el cuerpo negro con puntitos blancos. La miré azorada hasta que volvió a salir volando. Mi color favorito es el morado, y la mariposas con alas moradas y cuerpo negro con puntitos blancos aun aparecen en algunos dibujos.


Un mal día en preescolar, platicando con las niñas de mi salón, hablaban de que les gustaban los galanes de telenovelas y cantantes y algún día tendrían novios así; y a mi se me ocurrió decir que quien me gustaba para novio era Golfo, el de "La Dama y el Vagabundo".

Recuerdo perfectamente sus caras de estupefacción total y que una exclamó: “¡Pero es un perro!”, secundada por las demás.

“¿Y qué tiene?” pregunté yo “¿No habrá un hombre así con esa voz tan bonita y de ese carácter tan lindo? ¿No les gustaría?”

No, a las niñas no se les podía sacar de la cabeza la idea de que ERA UN PERRO y trataron de obligarme a retractarme y como no quise, hasta me dejaron de hablar.

Comprendí que gustarme un personaje de caricatura no era el boleto a la popularidad, así que no volví a mencionar el asunto durante el resto de preescolar y primer año de primaria en que estuve en esa escuela. Pero por supuesto no lo abandoné, seguía gustándome Golfo y seguía bajando corriendo del transporte escolar para prender la tele y ver “Dartacan y Los Tres Mosqueperros” (Aramis me gustaba desde entonces, aun siendo Amis). Fingía ser como las demás niñas, pero la verdad es que no era feliz.

El asunto cambió por completo cuando nos mudamos del Estado de México al DF, llegué de mi casa en que estábamos solos a ésta en que está la iglesia y viven otros tíos, y yo llegué a mi nueva escuela ya con mi bien ensayado disfraz de niña normal.

Pero entonces conocí a un niño aún máaaas raro que yo.

Era uno de los segregados del salón, pero a mi me pareció interesantísimo: gordito, güerito y de lentes, y su único interés (o más bien obsesión) en la vida eran los extraterrestres y demás cosas paranormales. Quien sigue siendo mi mejor amiga era la otra segregada del salón (la típica víctima de bullyng) y los tres nos juntamos.

Durante segundo año de primaria me pareció fascinante todo lo nuevo que me enseñó este niño, pero en tercero apareció la manzana de la discordia: Oscar.

¡Era todo un caso! Su película favorita era Terminator 2 y su sueño dorado era ser el primer mexicano en dirigir las Industrias Light&Magic, era un genio en cultura pop.

Y como mi pequeño parapsicológico no hablaba de otra cosa, adivinen quién me pareció más interesante… Oscar se empezó a juntar con nosotros hasta que se pelearon, y yo seguí al nuevo, la verdad era que ya me había aburrido todo el asunto de los ovnis (no he querido volver a saber nada de eso desde entonces, a menos que me especifiquen que es claramente parte de una ficción).
Pasamos casi toda la primaria juntos: en los recreos creábamos guiones y parodias que duraban hasta semanas, y para acabarla nuestras mamás trabajaban en la misma empresa, así que se hicieron amigas ellas también y casi todos los viernes después de la escuela los cuatro paseábamos, íbamos al cine y al McDonalds de Aeropuerto (hasta que ya no nos dejaron entrar a los juegos y entonces perdimos el interés).

Aquello era lo mejor para un par de niños anormales. Hasta que las maestras se hartaron de nosotros y un buen día nos separaron.

Simplemente nos prohibieron juntarnos, hasta que mi mamá se dio cuenta de que andaba toda triste.

¿Y cómo no estarlo? Nuevamente estaba tratando de ser normal porque me vi obligada a juntarme con las niñas y al ver que seguía sin encajar, tuve que fingir de nuevo.

Pero mamá osa se enteró de que ya no me dejaban juntarme con Oscar, y fue con la otra mamá osa, y mamás osas unidas aterrorizaron a maestras, directora y psicóloga de la escuela hasta que no les quedó remedio de dejarnos estar juntos de nuevo y la felicidad volvió.

Hasta que un día, la primaria acabó… y lo que viene después, se los contaré después.

Por cierto, les dije que no leerían qince páginas segidas en fondo rosita... acaban de leer cuatro páginas (más un párrafo de una quinta página) de Works con letra Arial 12, jeje.

Listen to the Music of the Night.

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