miércoles, 1 de diciembre de 2010

Bipolaridad subterránea

La Ciudad de México está loca.

Un día la amas y al siguiente la odias, e incluso el amor-odio extremo tiene diferencia de unas pocas horas, minutos o hasta segundos.

El metro no es la excepción.

La semana pasada me tuvo preparadas dos sorpresitas diametralmente opuestas.

El jueves mientras regresaba de mi clase de canto, al esperar el metro casi al final del andén, al llegar el metro de enfrente terminó justo delante de mi un vagón retacado de muchachitos de prepa puestísimos para apoyar a los Pumas.

Uno de ellos, asomándose por la ventana me gritó: "¡GUAPISIMA!! ¡TE AMO!! ¡VÁMONOS AL PARTIDOOO!".

Yo sonreí, le hice ojitos mientras preparaba mi garganta (que aparte de ir ya medio adolorida acabó super cansada de la clase) y le grité:


"¡LO NUESTRO ES IMPOSIBLE, SOY DE LA UAM!"

El chavo puso cara de perplejo dos segundos mientras todos los demás se reían y después se rió también.


"¡PERO ESTÁS GUAPA!"

Gritó cuando el metro por fin arrancaba y yo le dije adiós con la mano muy efusivamente. Regresé a casa con una sonrisota de tan divertido momento.


Pero lo que me esperaba en el metro al día siguiente no fue para sonreir.

Al salir de la escuela camino al tianguis de los viernes (muy agradable excepto cuando hay operativos, cada vez más seguido por cierto, jumm! ¡Pobre gente!) iba al final del primer vagón, uno de los nuevos (con dos filas de asientos una frente a la otra), con solo cinco pasajeros: un chavo, dos señores, una señora y una Lexell.

Imagínense que justo en el trayecto Instituto del Petróleo-Lindavista, uno de los más largos, el chavo se convulsiona.

Al ver de reojo que él se daba topecitos en la cabeza contra la ventana no me pareció más que una actitud estrafalaria, pero en cuanto vi que le empezó a brincar la pierna incontrolablemente me di cuenta de que no podía ser a propósito y de un impulso me levanté.

El señor que estaba en la fila de asientos frente al chavo se levantó también y fue corriendo a ayudar al pobre a bajar al suelo sin azotar, el otro señor que estaba cerca de la cabina fue a tocarle al chofer y la señora... se puso toda loca.

Cuando llegué por fin, el señor ya había recostado al chavo de lado y yo usé el papel de baño que acostumbro cargar enrollado en el bolsilo para evitar que se mordiera la lengua y le sostuve la cabeza lo más que pude.

El otro señor trató de calmar a la señora mientras el improvisado paramédico sostenía al chavo de los hombros y le decía "Tranquilo, todo está bien, aquí estamos.".

Yo no pude decir nada, tenía unas ganas horribles de llorar y solo me preguntaba porqué se me hacía tan eterno llegar a la siguiente estación. Cuando por fin el metro se detuvo y se abrieron las puertas la señora salió corriendo (suerte que no se atacó ella también del susto) y el policía nos dijo que lo sacaramos del vagón para que el metro pudiera avanzar.

Pues hete aquí que hasta ayudé a cargarlo, al menos las convulsiones se habían detenido.

Llegó la camilla al andén, el señor que le había tocado al chofer se volvió a subir al metro y se fue y el otro le buscó la cartera donde afortunadamente había dientificaciones y se las entregó al policía.

Finalmente se lo llevaron encamillado y nos quedamos los dos "rescatistas" esperando el siguiente metro. Nos miramos.

Él me preguntó si estaba bien y yo apenas pude decir que sí. Finalmente llegó el metro y nos volvimos a subir, cada quien por su lado.

Fue horrible, llegué toda nerviosa con mi amigo del tianguis, le conté todo, me hizo la plática, me abrazó y me dejó tomarme su mate pal susto y un rato después ya regresé mucho más tranquila a casa...

Me siento orgullosa de mi ciudad. Pueden decir lo que quieran, pero habrá esperanza mientras nos levantemos corriendo a socorrer a alguien convulsionándose en el transporte o la vía pública aunque sea un completo desconocido.

Listen to the Music of the Night

2 comentarios:

  1. Ojalá nos puedas compartir más de ese tipo de anécdotas. Por lo que se ve eres una chamaquilla plurifacética y que vives la vida con plenitud.

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  2. De que hay muchas cosas que contar, hay muchas cosas qué contar... pero no sé que sea interesante para el mundo exterior...

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